El suelo es un recurso natural de primer orden puesto que sostiene las actividades que nos proporcionan el alimento: agricultura y ganadería, y otras como la silvicultura y la construcción que nos permiten habitar y desplazarnos.
Los suelos destinados a la agricultura han de poseer una serie de características tales como la fertilidad y disponibilidad de agua que, a su vez, dependen en gran medida de la textura y estructura de un suelo. La fertilidad de un suelo depende de la disponibilidad de nutrientes que pueda donar a las plantas y de la presencia de agua y aire en los microporos. El agua, además de ser un nutriente esencial, es el medio donde se disuelven los iones minerales que va a absorber la planta. La disponibilidad de nutrientes depende también del complejo húmico-arcilloso que retiene los cationes y los va cediendo progresivamente a la solución del suelo. Entre los aniones que proporcionan la fertilidad a un suelo se encuentran: fosfatos, nitratos y sulfatos, y como cationes cabe señalar: calcio, magnesio y potasio, principalmente. El suelo también se utiliza como sustrato para edificaciones (suelo urbanizable e industrial) e infraestructuras: carreteras, ferrocarriles, autopistas, aeropuertos, embalses, canteras, minas a cielo abierto, campos militares, etc. Así mismo, también se utiliza para hacer escombreras y vertederos, fosas sépticas y cementerios.